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Mostrando las entradas etiquetadas como monjes

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Expectativas sobre la vida

Cuentan que cuando los jóvenes monjes ingresaban al monasterio, les preguntaban qué esperaban de aquello. Tres jóvenes, que habían coincidido en el camino, empezaron su formación el primer día con el maestro más veterano. El maestro les preguntó: - ¿Qué esperáis de la vida?. El primer joven respondió que siempre había admirado a los maestros, pues personas de todo el mundo recorrían miles de kilómetros para encontrarse con ellos y que les diesen consejo.  "Me gustaría ser un  gran maestro, famoso en regiones y comarcas", recalcó. Expectativas sobre la vida El segundo de ellos contestó que provenía de una familia muy humilde donde apenas les llegaba el sustento. " Quiero ser un gran maestro para tener dinero suficiente para ayudar a familiares, amigos y conocidos con mis riquezas", concluyó. El tercer joven comentó que había oído cómo los mejores maestros tenían poderes extraordinarios. " Me gustaría llegar a tener un gran poder"

Dos monjes, una mujer atractiva y el voto de castidad

Había una vez dos monjes Zen que caminaban por el bosque de regreso al monasterio. Cuando llegaron al río una mujer lloraba en cuclillas cerca de la orilla. La mujer era joven y atractiva. -¿Que te sucede? – le preguntó el más anciano. - Mi madre se muere. Ella esta sola en su casa, del otro lado del río y yo no puedo cruzar. Lo intente – siguió la joven – pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda… pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora… ahora que aparecisteis vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar… - Ojalá pudiéramos – se lamento el más joven. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Eso esta prohibido… lo siento. - Yo también lo siento dijo la mujer y siguió llorando. El monje mas viejo se arrodillo, bajo la cabeza y dijo: - Sube. Dos monjes, una mujer atractiva y el voto de castidad L

El devorador de ensaladas

Dos monjes paseaban por el jardín de su monasterio, conversando sobre asuntos intrascendentes, cuando uno de ellos paró su pie un segundo antes de aplastar a un hermoso caracol que se cruzaba por el húmedo sendero.  Con delicada precisión tomó al desorientado animalito entre su pulgar y su índice y lo miró tiernamente. El monje se sentía feliz de no haber interrumpido el ciclo de vida y muerte de ese pequeño destino. Delicadamente lo colocó encima de una fresca lechuga. El devorador de ensaladas Sonriente miró a su compañero buscando su complacencia, pero se encontró un rostro frío que encorvaba una ceja: -¡Incosciente! Ahora, salvando a ese insignificante caracol, pones en peligro el huerto de lechugas que nuestro jardinero cultiva con tanto esmero. Ambos discutieron acaloradamente bajo la mirada curiosa de otro monje que se acercó a arbitrar la disputa. Como no conseguían ponerse de acuerdo, este último propuso contarle el caso al gran sacerdote. Él sería lo bastan

Los dos monjes y la chica

Dos monjes estaban peregrinando de un monasterio a otro y durante el camino debían atravesar una vasta región formada por colinas y bosques. Un día, tras un fuerte aguacero, llegaron a un punto de su camino donde el sendero estaba cortado por un riachuelo convertido en un torrente a causa de la lluvia. Los dos monjes se estaban preparando para vadear, cuando se oyeron unos sollozos que procedían de detrás de un arbusto. Al indagar comprobaron que se trataba de una chica que lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le preguntó cuál era el motivo de su dolor y ella respondió que, a causa de la riada, no podía vadear el torrente sin estropear su vestido de boda y al día siguiente tenía que estar en el pueblo para los preparativos. Si no llegaba a tiempo, las familias, incluso su prometido, se enfadarían mucho con ella. Los dos monjes y la chica El monje no titubeó en ofrecerle su ayuda y, bajo la mirada atónita del otro religioso, la cogió en brazos y la llevó al otro lado

Maleficios simulados

A la edad de catorce años, Wang Jua completaba su instrucción en el monasterio del Monte de la Fuente del Dragón, conocido entonces como un lugar embrujado. A pesar de ello, unos jovencitos de familias acomodadas hacían alarde de bravura y desplante. Se mostraron incrédulos de esa fama de embrujamiento, y despreciando las advertencias de los monjes, de quienes siempre se mofaban, fueron a instalarse en el monasterio. Al cabo de algunos días se produjeron algunos revuelos demoníacos, que causaron gran impresión en esa juventud dorada. El suceso, intencionalmente exagerado por los monjes, metió miedo a aquellos que pretendían pasar por valientes. Escaparon con ansiedad poco gloriosa. Sólo Wang Jua, el futuro gran dignatario, permaneció dueño de sí mismo. Prolongó su permanencia, sin alterar en nada sus costumbres cotidianas, y volvió a reinar la calma en el monasterio. Los monjes, sorprendidos, resolvieron organizar la aparición de fantasmas para aterrorizar al incrédulo. Todas las